Las noticias de actualidad a menudo nos dejan perplejos. Así ocurre en estos días con la novedad que el ex presidente Alberto Fernández presuntamente habría incurrido en violencia de género respecto de su compañera Fabiola Yañez.
Este tipo de violencia no es nueva, existió siempre y sigue existiendo. Lamentablemente se toma real conciencia cuando sus protagonistas son personajes de gran notoriedad. Hace falta asomarse en una comisaría de la mujer para ver a diario la cola de señoras denunciantes por haber sido golpeadas, para pedir medidas cautelares, para dejar asentado las violaciones de las perimetrales o simplemente para que quede registro de la persecución y el hostigamiento de que son víctimas.
El violento es negador serial, niega y afirma no serlo, pero ejerce un tipo de violencia sistemática que va desde golpes desmedidos, dónde quedan en la víctima secuelas visibles, hasta patadas en los tobillos o puños en la cabeza, donde los hematomas puede ser disimulados.
Esta clase de violencia, a menudo termina con la muerte de la persona violentada, basta con ver alguna estadística que nos da escalofrío. En Argentina, mueren anualmente entre dos mil y tres mil mujeres por crímenes de violentos. En lo que va del año fue asesinada una mujer cada 39 horas.
Estos tipos de individuos, no cesan nunca en su hostigamiento y la víctima, ya sea por temor, por amor, o por pensar que las cosas cambiarán, tarda en pedir ayuda, la cual, a su vez es insuficiente. Cuando la mujer logra salirse de esa relación, el sujeto continúa acosándola, amenazándola, pasando cerca con su vehículo, con miradas intrigantes.
La justicia tarda y deniega con frecuencia las medidas cautelares que solicitan las víctimas y las denuncias por vulneración de las perimetrales son frecuentemente desestimadas. Esto hace que el autor de estos hechos, que en definitiva termina convirtiéndose en un psicópata, que calcula los horarios, que registra los lugares frecuentados y que no cesa de hostigar; quede como al libre albedrío y sin obstáculos para no terminar su acoso violento, violencia que a menudo se traslada hacia los propios hijos.
Es hora que tomemos real conciencia de la gravedad de estos hechos, y que la justicia actúe en consecuencia, con celeridad y seriedad, sin dejar prescribir las causas y haciendo un real seguimiento de los acontecimientos.
No hay que olvidarse que la mayor parte de las víctimas no son primeras damas, ni los victimarios ex presidentes; las mujeres anónimas que a diario despiertan con un ojo hinchado, o que son perseguidas, golpeadas y hasta violadas por sus propias parejas, en general están desprotegidas. La justicia debe resguardar de la misma manera a la mujer ignota como a la que ostenta notoriedad. Hasta que los jueces no sean estrictos en la administración del cumplimiento de la justicia no habrá un combate real contra la violencia de género y no se logrará revertir el índice de femicidios que hoy registra nuestro país.
Lic. Eduardo M. Tropeano